Tuesday, January 21, 2014
Monday, January 6, 2014
Lección #2 : Tener fe y Confiar; disfrutar de la vida
Les contaré otra historia, no sé por qué la recordé precisamente hoy, pero lo hice, y me gusta pensar que es bueno porque a decir verdad me reconfortó bastante. La lección de hoy es sobre tener fe en que las cosas saldrán bien, en que debemos disfrutar la vida aunque nuestro futuro sea incierto, porque si hay algo cierto, es que el futuro siempre será así.
Sucedió hace no mucho, cursaba el último semestre de la preparatoria y las clases prácticamente ya habían terminado, quienes no debían materias anteriores ni temían reprobar las actuales disfrutaban por fin de paz. Por supuesto, la gran mayoría de mis amigos y yo, no estábamos en ese grupo (porque nos gusta vivir al límite).
De cualquier forma, la ceremonía de graduación se veía cada vez más cerca y todos, incluso nosotros, nos sentíamos alegres por ello. La idea de sentirnos egresados aunque fuera ficticio por el momento parecía consolar nuestras preocupaciones y nos animaba a seguir respirando.
La historia de hoy no es sobre la ceremonia en sí, ni sobre los preparativos, o la graciosísima anécdota que resultó en Amet comprando una camisa nueva a las 7:00a.m. porque no tenía ninguna que vestir en la ceremonia que se celebraría dentro de pocas horas. Eso será (probablemente no) en otra ocasión.
La historia de hoy va sobre lo importante que es tener fe y confiar en que las cosas saldrán bien, porque en caso contrario, podrías pasártelo muy mal el día de tu graduación (ups, spoiler).
Allí estaba yo. A las siete de la mañana formado para pagar una camisa azul cielo, inconsciente de que la economía mundial pendía de un hilo y no debería despilfarrar dinero de esta manera a causa de un descuido. Pero ahí estaba ella, mi mamá. Apoyándome fuera lo que fuera como siempre lo ha hecho.
Allí estábamos nosotros, formados ahora frente al auditorio que sería testigo del momento en el que nuestros nombres serían mencionados uno a uno al ritmo pesado de un señor barbón que da clases de filosofía y que siempre me cayó muy bien.
Y allí estábamos también, sentados murmurando y bromeando, abrazándonos y compartiendo uno de los últimos momentos que pasaríamos juntos como compañeros de escuela, esas invaluables personas y yo. Y yo, sentado en la tercera fila, en la esquina a la izquierda. Muriéndome de preocupación porque no sabía si esto en realidad sería una farza. Porque debía tres materias bastante difíciles, porque mis posibilidades de egresar no solo eran bajas sino realmente penosas según muchos profesores. Viviendo un infierno con pinta de cielo.
No sé cómo algunos se las arreglaron para reir cuando sus situaciones académicas eran peores que la mía. Pero lo lograron y yo moría de envidia. Allí estuvimos aplaudiéndonos cuando pasamos al frente y recogimos nuestro diploma y también allí estuvimos cuando nos fotografiamos paran nunca olvidar cuando fuimos felices por un segundo.
Les contaré un secreto que nunca le conté antes a nadie y que me duele mucho: No invité a mi papá deliberadamente. Evité a toda costa durante un mes decirle: "Hey, el seis de junio es mi ceremonia de graduación, a las 10:00a.m. y no sabes lo feliz que me haría verte ahí, por favor, ven".
He cometido muchos errores en mi vida, como todos, pero probablemente ese sea uno que jamás olvidaré.
No es necesario conocerme mucho para saber lo importante que es él para mí. Dejé que mis profesores pesimistas se convirtieran en voces interiores pesimistas que me convirtieron a mí en alguien pesimista y me privé de ver a mi padre feliz por mí en una fecha así de importante para él.
Él siempre fue excelencia académica. Yo lo fui hasta la preparatoria, donde mis notas me alejaron de serlo.
Y si ni yo me creía el cuento de la graduación, no podría con el peso de decepcionar a mi padre de esa forma. No dormí varias noches imaginándolo orgulloso el seis de junio, y triste (enojado, decepcionado, y qué más sé yo) después, porque su hijo no dio el ancho.
El día de la ceremonia lo imaginé, en la parte posterior del auditorio, junto a mis hermanas y mi madre. Feliz, orgulloso de mí, disfrutando del día. Les comparto, de corazón, que no tienen idea de cuánto me atormenta que jamás podré verlo en realidad porque fui cobarde y no creí en mí.
Todo empeoró cuando, después de la ceremonia, mi madre nos llevó a celebrar, sí. A celebrar, a un restaurante de carnes, que, ya entrado con ustedes en confianza, resultaba más caro de lo que podíamos pagar, pero que mi madre se había arreglado para cubrir ahorrando no sé desde cuánto tiempo atrás.
Comeríamos hasta hartarnos, porque el hermano, el hijo, el estudiante, la promesa que era yo, egresaba y se abría paso por el mundo. Yo sólo quería romper en llanto cuando mi mamá propuso un brindis. No pude respirar cuando tuve que sonreir. No tenía palabras cuando me dijo: "Esto es por ti, disfrútalo".
¿Y les digo qué? fue la comida más deliciosa, pero tortuosa que probé en mucho tiempo. ¿Y les digo otra cosa? Tenía tantas ganas de llorar que mis ojos no pudierno expulsar ni una sola lágrima. ¿Se han sentido así? honestamente deseo que no y que nunca pasen por ello. Tu cuerpo se paraliza y tu cara se calienta, tus ojos explotan pero no pueden explotar. Te vuelves nada, pero no puedes desaparecer.
¿Y les digo otra cosa? las siguientes semanas me maté estudiando. Lo dije mucho a broma, pero hoy sé que es cierto, estudié como nunca antes en mi vida. Luna tras luna y ecuación tras ecuación. Todos mis días se reducían a entintar problemas y soluciones en papel.
La semana de exámenes apesté a café. Tenía ojeras olímpicas y me temblaban las manos. Creo que pude ser extra de zombie en alguna película si me lo hubiera propuesto. Dormí cuatro horas y media en cinco días. Fue monstruoso.
Pero, permítanme contarles algo: ¡LO LOGRÉ! Un viernes en la noche, consulté en internet la última calificación que restaba y era aprobatoria. Oficialmente egresé el viernes 28 de junio de 2013. Grité, lloré, volví a gritar y no sé qué pasó después.
Cuando desperté a la mañana siguiente, mi mundo era diferente. Yo era diferente. Pesaba toneladas menos.
Mi padre supo eventualmente sobre la ceremonia y nunca supe que decir; por suerte el tema cambió repentinamente y parece que cuando hablé después, sobre todo lo que había sucedido(lo de las materias que debía, pues), me entendió. (O por lo menos eso me gusta pensar hasta la fecha).
Les cuento todo esto porque jamás lo había escrito y necesitaba hacerlo, pero sobre todo porque ahora, sé que hay que tener fe. Fe en que puedes disfrutar de la vida, confianza en que puedes invitar a quienes más quieres a tu ceremonia de graduación y disfrutar un festín con tu mamá y tus hermanas. Confianza en que te vas a partir la madre estudiando porque tú te lo buscaste ,pero al final, tus sacrificios tendrán resultados.
Hay que tener fe en que todo saldrá bien, y disfrutar de la vida aunque nuestro futuro sea incierto, porque si hay algo cierto, es que el futuro siempre sera así.
Yo no sólo escribo para expresarme, sino para hacer pensar a quien me lea. Que nunca pasen por lo que yo pasé porque es un infierno, se los digo. La lección de hoy es algo compleja y muy larga, lo sé. Pero vale la pena y como siempre hago cuando escribo este tipo de cosas. Gracias por llegar hasta aquí y acompañarme cuando me enfrento a mis demonios utilizando solamente palabras. Lo aprecio y te aprecio. Hasta la próxima.
Friday, January 3, 2014
Lección #1: Si en ningún lado dice que no se puede hacer, se puede hacer
Les contaré una historia un tanto graciosa. Al final espero que vean el lado creativo y no el pobre del asunto. Porque el punto no es entrar al cine gastando el menor dinero posible (que también), sino jugar con las reglas de alguien más y aún así ganar (y divertirte en el proceso). Así que aquí vamos:
Era un día cualquiera en la oficina. Una sinfonía alegre de claxonazos amenizaba el ambiente y hacía un frío de esos que dan gusto; el punto es que de la nada, surgió la idea de ir al cine terminando el día. Veríamos "The secret life of Walter Mitty", película de la cuál escribiré un post tan pronto como pueda. Eso sí, usaríamos las tarjetas 2x1 que vienen en el calendario Cinépolis cada año porque resulta que ahora por cada año que pasa es más caro vivir. Iríamos cuatro, así que todo estaba cubierto.
El único problema era que la plaza que elegimos (y que yo frecuento casi cada semana) es a veces demasiado popular para nuestra convenciencia; lo que significa que las filas son largas como de súper y lentas como de banco. Además, los boletos (buenos) se agotan con horas de anticipación. Decidimos reservar por internet (porque vivimos en el siglo XXI y todo eso) y de pronto nos surgió la duda: ¿Será que podremos pagar con las tarjetas de descuento aún reservando?
La lógica dice que sí. Después de todo, reservar es una forma de pago, no una promoción. Por otro lado términos y condiciones de la tarjeta y las reservaciones (no me miren feo por haberlas leído, a veces pasa) no dicen absolutamente nada al respecto.
Llegamos a la plaza (a pesar de que el tránsito capitalino luchaba a espada y semáforos para impedirlo) y junto con un amigo, me dispuse a recoger los boletos. Mencioné la reserva y cuando sacamos las tarjetas la empleada arqueó las cejas, hizo la cabaza hacia atrás y su voz se quebró un poco mientras intentaba recordar qué se hacía en esos casos.
No tuvo éxito y le pasó el rompecabezas a una compañera, que hizo lo mismo hasta que llegó al gerente, quien dijo que no era posible. Yo moría por preguntar: "¿Por qué?". Apostaría un año de cine a que no habría podido decirme algo razonable de acuerdo a las reglas. Simplemente se miraba todo norteado y en esos casos nadie se arriesga.
Lo único que me detuvo fue la hora. Eran 7:17p.m. y nuestras reservaciones caducaban a las 7:20. Pensamos en una estrategia mejor, preguntamos si podíamos cancelar la reservación e inmediatamente comprar los asientos que reservamos. Nos dijeron que no, pero que podíamos escoger otros y dejar de molestarlos de una buena vez disfrutar nuestra función. Por supuesto que no haríamos eso.
Preguntamos entonces: "¿Podemos esperar a que caduquen, y en cuanto lo hagan, comprar los asientos que reservamos?". En este punto la cajera también se divertía. No sé si por nosotros o con nosotros, pero por lo menos le sacamos una buena sonrisa. No había oposición posible a ese plan. Así que nos pusimos a platicar frente a la caja mientras ella reía nerviosamente. Lo estábamos pasando de lo lindo.
El reloj marcó las 7:20 y preguntamos: "¿Ya podemos comprarlos?". Ella asintió. Compramos un par de boletos, nos preguntó si utilizaríamos alguna promoción, le entregamos una tarjeta, le dimos dos pesos extra (para redondear el cambio) y terminó. Acto seguido, compramos otro par de boletos, nos preguntó si utilizaríamos alguna promoción, le entregamos otra tarjeta, le dimos dos pesos extra (para redondear el cambio) y terminó.
Habría sido más fácil si nos permitían pagar la reservación con las tarjetas desde el principio (porque insisto, y desmiéntanme si no) dado que no hay ninguna regla (ya las volví a leer) que impida hacerlo. También habría sido más fácil si en lugar de reservar usábamos una tarjeta de crédito y comprábamos en línea (porque vivimos en el siglo XXI y todo eso), pero el punto es que con un poco de creatividad ( y desvergüenza... de la buena) pudimos lograr lo que queríamos sin romper reglas o armar un relajo.
Conozco a muchas personas a las que les daría pena esperar frente a la caja, y preferirían elegir otros asientos. Conozco a muchas personas a las que les incomodaría el simple hecho de querer usar una promoción y que al final no se pueda. Tanto, que aceptarían cualquier argumento del gerente por muy hueco que fuera con tal de salir del paso.
Nosotros somos los clientes, y en tanto lo seamos, podemos jugarle al tonto y esperar, podemos preguntar hasta que no tengan respuesta, podemos jugar con sus reglas y ganar, porque después de todo, "Si en ningún lado dice que no se puede hacer, se puede hacer" (@ardroz, 2014). Y eso aplica no sólo en el cine, sino en la vida.
La lección es: cuestionar, preguntar, no conformarnos por pena y porque alguien podría vernos y qué oso. Todo el tiempo, siempre. Porque podríamos ahorrarnos $92 en el cine, pero también podríamos lograr el mayor descubrimiento del siglo. Y vaya que muchos lo han demostrado. Así de simple.
Subscribe to:
Posts (Atom)