Friday, January 3, 2014

Lección #1: Si en ningún lado dice que no se puede hacer, se puede hacer

Les contaré una historia un tanto graciosa. Al final espero que vean el lado creativo y no el pobre del asunto. Porque el punto no es entrar al cine gastando el menor dinero posible (que también), sino jugar con las reglas de alguien más y aún así ganar (y divertirte en el proceso). Así que aquí vamos: 

Era un día cualquiera en la oficina. Una sinfonía alegre de claxonazos amenizaba el ambiente y hacía un frío de esos que dan gusto; el punto es que de la nada, surgió la idea de ir al cine terminando el día. Veríamos "The secret life of Walter Mitty", película de la cuál escribiré un post tan pronto como pueda.  Eso sí, usaríamos las tarjetas 2x1 que vienen en el calendario Cinépolis cada año porque resulta que ahora por cada año que pasa es más caro vivir. Iríamos cuatro, así que todo estaba cubierto. 

El único problema era que la plaza que elegimos (y que yo frecuento casi cada semana) es a veces demasiado popular para nuestra convenciencia; lo que significa que las filas son largas como de súper y lentas como de banco. Además, los boletos (buenos) se agotan con horas de anticipación. Decidimos reservar por internet (porque vivimos en el siglo XXI y todo eso) y de pronto nos surgió la duda: ¿Será que podremos pagar con las tarjetas de descuento aún reservando? 

La lógica dice que sí. Después de todo, reservar es una forma de pago, no una promoción. Por otro lado términos y condiciones de la tarjeta y las reservaciones (no me miren feo por haberlas leído, a veces pasa) no dicen absolutamente nada al respecto. 

Llegamos a la plaza (a pesar de que el tránsito capitalino luchaba a espada y semáforos para impedirlo) y junto con un amigo, me dispuse a recoger los boletos. Mencioné la reserva y cuando sacamos las tarjetas la empleada arqueó las cejas, hizo la cabaza hacia atrás y su voz se quebró un poco mientras intentaba recordar qué se hacía en esos casos. 

No tuvo éxito y le pasó el rompecabezas a una compañera, que hizo lo mismo hasta que llegó al gerente, quien dijo que no era posible. Yo moría por preguntar: "¿Por qué?". Apostaría un año de cine a que no habría podido decirme algo razonable de acuerdo a las reglas. Simplemente se miraba todo norteado y en esos casos nadie se arriesga. 

Lo único que me detuvo fue la hora. Eran 7:17p.m. y nuestras reservaciones caducaban a las 7:20. Pensamos en una estrategia mejor, preguntamos si podíamos cancelar la reservación e inmediatamente comprar los asientos que reservamos. Nos dijeron que no, pero que podíamos escoger otros y dejar de molestarlos de una buena vez disfrutar nuestra función. Por supuesto que no haríamos eso. 

Preguntamos entonces: "¿Podemos esperar a que caduquen, y en cuanto lo hagan, comprar los asientos que reservamos?". En este punto la cajera también se divertía. No sé si por nosotros o con nosotros, pero por lo menos le sacamos una buena sonrisa. No había oposición posible a ese plan. Así que nos pusimos a platicar frente a la caja mientras ella reía nerviosamente. Lo estábamos pasando de lo lindo. 

El reloj marcó las 7:20 y preguntamos: "¿Ya podemos comprarlos?". Ella asintió. Compramos un par de boletos, nos preguntó si utilizaríamos alguna promoción, le entregamos una tarjeta, le dimos dos pesos extra (para redondear el cambio) y terminó. Acto seguido, compramos otro par de boletos, nos preguntó si utilizaríamos alguna promoción, le entregamos otra tarjeta, le dimos dos pesos extra (para redondear el cambio) y terminó. 

Habría sido más fácil si nos permitían pagar la reservación con las tarjetas desde el principio (porque insisto, y desmiéntanme si no) dado que no hay ninguna regla (ya las volví a leer) que  impida hacerlo. También habría sido más fácil si en lugar de reservar usábamos una tarjeta de crédito y comprábamos en línea (porque vivimos en el siglo XXI y todo eso), pero el punto es que con un poco de creatividad ( y desvergüenza... de la buena) pudimos lograr lo que queríamos sin romper reglas o armar un relajo. 

Conozco a muchas personas a las que les daría pena esperar frente a la caja, y preferirían elegir otros asientos. Conozco a muchas personas a las que les incomodaría el simple hecho de querer usar una promoción y que al final no se pueda. Tanto, que aceptarían cualquier argumento del gerente por muy hueco que fuera con tal de salir del paso. 

Nosotros somos los clientes, y en tanto lo seamos, podemos jugarle al tonto y esperar, podemos preguntar hasta que no tengan respuesta, podemos jugar con sus reglas y ganar, porque después de todo, "Si en ningún lado dice que no se puede hacer, se puede hacer" (@ardroz, 2014). Y eso aplica no sólo en el cine, sino en la vida. 

La lección es: cuestionar, preguntar, no conformarnos por pena y porque alguien podría vernos y qué oso. Todo el tiempo, siempre. Porque podríamos ahorrarnos $92 en el cine, pero también podríamos lograr el mayor descubrimiento del siglo. Y vaya que muchos lo han demostrado. Así de simple.



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